jueves, 11 de marzo de 2010

COMUNIDAD "LA GARNACHA"







Desayunamos Gallopinto con Huevo duro y un café exquisito. Fue un desayuno rapido porque el tiempo se nos escapaba como casi siempre. Salimos del comedor sin puerta situado al final de la única calle que costituye esta comunidad, La garnacha. Es una calle de no más de 50 metros, con su camino ancho de tierra y polvo. A los lados, pequeñas casitas, algunas de madera, las más afortunadas de ladrillos. Frente al restaurante hay un estructura, quizás la más grande del lugar, que es también de madera, dentro de la cual se pueden ver desde lejos, entre las rendijas del edificio algunas vacas y chanchos, como llaman aquí a los cerdos. Bajamos la calle, hay una tienda de artesanía bastante turisticas, pero aún no esta abierta, más abajo en la esquina en la que se situa la fabrica de queso que vamos a visitar, un artesano, muy jóven, sentado en la puerta de su tienda, que no parece una tienda, parece una casa de jueguete por la pequeña venta cuadrada desde la cual puede verse todo el material.


Hacemos dos grupos para entrar a la fabrica, me toca hacerlo en primer lugar, pero no pude pasar de la primera estancia, no se si fue por el gallopinto que tenemos desayuno, merienda y cena, por los olores mezclados de diferentes tipos de queso, o por haber visto a cuatro hombres capando a un cerdo en el patio contiguo a la entrada a la fabrica, pero tuve que salir corriendo para no vomitar allí mismo, por lo que no puedo contaros mucho esto.
Me fuí con el segundo grupo, que esperaba en la tienda de artesanía que regentaba el joven del que os hable antes. Ramón le estaba entrevistando recopilando información para su trabajo, lo escuche un rato, porque el joven se expresaba animadamente y era bastante interesante todo lo que contaba, y mire otro rato como trabaja su piedra mientras explicaba la diferencia entre su arte y el arte que se expone en un museo, una respuesta ingeniosa la suya. Heche un vistazo a sus productos y compre también alguno de ellos, habilidad e imaginación desprendía todo lo que tocaba ese chico. Pero seguía un poco mareada y no quería que mi estomago se resintiera aúm más, por eso salí a la calle.


Apoyada en la valla de madera que cercaba la tienda del chico estuve un largo rato, mire las gallinas que picoteaban a lo largo del camino, y a los pollitos que las seguían unos palmos por detrás...¿De quien serán?...¿Cómo es posible que campen a sus anchas por este lugar?...¿Sabrán igual que sabe un perro cual es su casa?...¿No se robaran las gallinas entre ellos si estan sueltas?...De pronto veo dos niños acercarse hacía mi, uno se queda mirandome desde lejos apoyado en el palo de la entrada, el otro se acerca, parece mayor y más atrevido, dice que soy una “Chelita guapa, yo sonreí y les pregunte, como se llamaban. Carlos y David, contestaron, uno tenía 6 años, el otro cumpliria nueve dentro de una semana, y estaba muy contento porque su madre le prepararía una tarta de queso que solo puede comer cuando es su cumpleaños. Me cuenta que el también es artesano, que trabaja el macrame, porque todos los veranos viene a la comunidad una mujer que es de un país muy lejano, (cree que se llama Australia, pero no esta seguro), que les enseña como hacerlo y les trae hilo. Pregunta si quiero comprarle alguna, y entonces me doy cuenta de que no ve a una “chelita” guapa, ve unos cordobas para comer. Le dijo que si, y en menos de 1 minuto ha ido y vuelto a su casa con la pulsera. Me pide permiso para colocármela en el pie, y ríe mientras repite “chelita” guapa, piel fina.

Invitamos a los niños a que suban con nosotros al mirador, porque hoy no tiene escuela, a pesar de que cuando volvemos vemos salir del edificio que hace de escuela en la comunidad a un puñado de niños. Miro poco las vistas, a pesar de ser un paisaje que se me hace irreal en el horizonte de bosque verde bañado en dorado, senderos que parecen de cuento y huertos lustrosos en los que la gente trabaja sin descanso desde muy temprano, porque lo que en realidad me interesa es lo que me están contando los niños. Me hablan de su colegio, de las cosas que estudian en él, me dicen que nunca se aburren en el pueblo porque siempre hay algo que hacer en el campo, con los animales o con los vecinos a pesar de no tener más juguetes que tres bolindres y un puñado de chapas que ellos mismos pintan, dicen que les gusta el chocolate pero pocas veces lo comen, y que sus padres siempre le dicen “Si vos no trabajas, vos no comes”....Les miro a los ojos, son guapos los niños, tengo ganas de llorar de nuevo al recordarlo, pero no lo hago, porque no sería justo si ni ellos mismos tienen derecho hacerlo...Que injusta es la vida y el puto destino si existe, que injusticia el nacer en un territorio donde el dolor se hace normalidad...si ese niño hubiera nacido en mi lugar, ¿Cuán diferente pasarían los días para él?...aunque me consuela el pensar que quizás no serían más felices, porque no he escuchado a estos niños quejarse ni una vez, no han hablado con envidia, ni mirado mis pertenencias con deseo, se han limitado a mirarme a los ojos con una sonrisa, a ofrecerme el fruto de su trabajo con la ilusión con la que solo puede hacerlo un niño, y hacer preguntas sobre todo aquello que le es ajeno y desean que deje de serlo... tal vez ellos no tienen ningún motivo por el que llorar, y soy yo la que lloro al contemplar en sus ojos mi miserable avaricia, mi imperiosa necesidad de conseguirlo todo, porque la nada me hace vacio.


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