martes, 23 de marzo de 2010

"EL SEÑOR QUE CONOCÍ EN LA CASA DEL CAFÉ"

El cielo está nublado, grisáceo, pero Managua anda despierta a pesar de ser las 2:30 de la tarde (hecho de menos la siesta). Acabo de conocer a Martín.
Martín es un hombre moreno, a pesar de que su cabello ya tiñe en plata. Tiene la cara llena de una especie de cráteres de diferentes tamaños situados alrededor de su cara, empañando su expresión al fin y al cabo, afeando su cara ya de por si arrugada y cansada...Pero hay algo más alla de eso, algo que me gusta por encima de la apariencia...A pesar de todo no ha perdido la fe.
Aunque hace calor lleva una camisa de manga larga azulina (lo más probable es que sea la única), y una gorra rota sobre su cabeza. Sus zapatos estan también rotos. La voz, como a Delfina, le sale tímida del fondo, que debe estar lleno porque no hay eco de vació detrás de sus palabras, pero no me mira a los ojos al sacarla, no se si porque soy una mujer o porque soy una mujer blanca que no deja de hacerle preguntas. Intento demostrarle mi admiración, intento ganarme su confianza, y no se me ocurre otra cosa que ofrecerle medio vaso de cafe con vainilla (no hace falta que lo digaís, lo sé, me acabo de dar cuenta ahora mismo, mientrás lo escribía, es una tontería, una estúpidez).
Martín es ya muy anciano, tiene los oídos sucios y las manos y las uñas desgastadas. Se mueve lento, fatigado tal vez, y no me sorprende, hace un calor insorportable incluso debajo de este árbol negro y triste como él. Abajo, donde las raíces, descansan coloridas sus ideas. Tres cuadros, tres testigos de su historia y de su arte. 2 de ellos son paisajes de la antigua ciudad de Mayasa, con esos tejados rojos brillante, el horizonte celeste apagado, un poco más claro que sus ojos, las casitas pequeñas y blancas, como las de un pueblo andaluz, limpias. El tercero, es de una fruta roja y anaranjada, de la que recuelgan semillas blancas. Lo compramos por menos de diez dólares, no por pena, sino por admiración.
Mientrás, él sigue hablando, es de Granada, pero al casarse con su mujer vino a Managua a trabajar como pintor. Estudió bellas artes y tuvo cinco hijos, 3 niñas y 2 varones. Nos cuenta que ya son mayores, pero aún así no deja de preocuparse por ellos, porque desde hace 13 años, que murió su mujer, él es lo único que les queda. Solo vive con uno de ellos, con él más pequeño que tiene problemas mentales causados por una paliza que recibió en la guerra mientrás defendía sus ideas detrás de una rota bandera negra y roja. Martín y su otro hijo tuvieron más suerte, eran pintores y a los pintores no se les "tocaba" en la guerra. PEro a Martín no solo le preocupa su hijo, también una de sus hijas, que acaba de quedarse sin trabajo a pesar de ser una mujer muy preparada. Ësta licenciada en Administración de Empresas, es responsable y trabajadora, pero acaba de cumplir 43 años y la "botarón" de la empresa. El señor lo cuenta resignado, explicando que esto es normal. Las mujeres son útiles desde los 14 años hasta los 25, después ya, valen verga...
No se si se nublaron sus ojos al contarlo, o no puedo verlos yo con claridad porque los míos se están humedeciendo, entonces le pregunto si su sueldo de pintor le ha dado para mantener a su familia, no porque me interese, sino por frenar el sunamí que esta apunto de estallar en mis entrañas y anegarlo todo, arrasando con los coches, los animales y las casas. Me responde con una sonrisa casi burlona , dejando en evidencia a mi ignorancia, que no, que tuvo que trabajar como albañil, pero que igual que su hija, ya es demasiado mayor, por eso esta aquí, a las puertas de la Casa del Cafe, un bonito restaurante de dos plantas, especializado en cafe y postres, decorado al estilo colonial, en verde y rojizo, con unas cuidadas enredaderas que cubren las paredes de la terraza. En su árbol, todos los dias, arrastrando cielos por las calles, desapercibido y en silencio, con el pecho encojito y la espalda encorbada, con su temblor en las manos, con su honda mirada.
Me agacho para recojer el vaso de plástico vacio que contenia el café, que Martín ha tirado bajo el árbol, al lado de su arte, las sobras de una blanca norteña...le estrechó la mano y vuelvo a mirar su ojos grisaceós azulados semejantes al color de los ojos de mi madre y entró en el autobús, me alejo triste, como todos los días, triste e ignorante en las conferencias por desconocer el maquiavelico equilibro entre el acuerdo y el conflicto, hilo del que pende la estabilidad de un planeta y sus millones de habitantes...Triste me alejó pensando en la frase que me ha dicho Martín:
" UNA GUERRA ES PEOR QUE UN TERREMOTO, PORQUE EL TERREMOTO VIENE Y SE VA, PASA, Y TODOS SABEMOS QUE PASA...PERO LA GUERRA NO, LA GUERRA PERMANECE, SE QUEDA Y ANIDA EN LA CONCIENCIA, EN EL DOLOR Y EN CORAZÓN DE LAS PERSONAS"....
Ya no veo a Martín, seguramente nunca más lo veré, y mi rostro a penas tendrá cabida unos segundos más en su abarrotada memoria, y se irá sin saber que hoy me ha enseñado una lección mucho más valiosa y duradera que todo lo que he podido aprender esta mañana en la cancillería o ayer en la Asamblea nacional de esos hombres que se revuelven en contra de la pobreza, y gritan a favor de los derechos, como si fueran la voz del pueblo...De un pueblo del que todos hablan y sin embargo, a mi me parece que nadie escucha...

1 comentario:

  1. Katy, enhorabuena. Me has puesto los pelos de punta y me has hecho recordar dias que ahora parecen lejanos... Laura (hurdes)

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