viernes, 12 de marzo de 2010

VENECIA. "El hotelito"







Estamos en Venecia, nuestro campamento se ha sentado en un pequeño albergue al que todos los lugareños llaman "el hotelito". Esta situado en un cerro bastante alto desde el cual puede verse toda la comunidad. Unos metros a la derecha del mismo, se encuentra la iglesia, que es una pequeña nave de ladrillo teñido de blanco. Esta cercado con palos de madera teñidos de azul, esto y un estrecho camino polvoriento es lo único que nos separa del revoltijo de chabolas que se esparcen por el valle.
Este centro de formación es pequeño, tiene 4 habitaciones, 3 de ellas tienen un desvantijado cuarto de baño sin puerta y una ducha de la que el agua cae perezosa y delgada. Nuestro cuarto no tiene baño.

Eran las siete y media cuando comenzamos a desayunar en la cocina-comedor. Frigoles, queso y frutas variadas, muy ricas por cierto. No comí mucho, y me arrepentí demasiadas veces a lo largo de la mañana por no hacerlo. Tenía ganas de que llegará este momento, lo estaba esperando desde que pisamos suelo nicaraguense, y hoy por fín vamos hacerlo, hoy tendremos la oportunidad de hablar, observar, relacionarnos y sobretodo aprender de las personas que viven en esta comunidad tan especial, ya que fue destruida por los horrores de la guerra, y levantada posteriormente gracias a los esfuerzos, la unión y los compromisos que ha lo largo de los años han ido adquiriendo sus habitantes.
He salido pronto del comedor y me he sentaqdo en una de las butacas de madera rosa palo que hay en el porche, frente a ellas, las pobladas montañas de árboles vrdes, todo verde, y eso que es verano. Me cuesta hacerme una idea de lo bello y duro que será el invierno en esta tierra. Otra contradicción de las tantas con las que me encuentro.
Para bajar al pueblo, un largo camino polvoriento que es lo único que nos separa del revoltijo de chabolas qeu se esparcen por el valle. Se nota que la comunidad esta despirta desde hace ya varias horas, a pesar de ser las 8 de la mañana.

El grupo charla animadamente frete a mi, sentados en los bancos de madera horizontal que ofrecen una vista panoramica del lugar, supongo que admirados como yo ante tal cuadro. Sale humo de algunas fábelas, mujeres corretean descalzas por los ilimitados caminos. Alrededor nuestro, olisquea un perro asustado y delgado, delgado como casi todo aquí, no existen aquí los dietistas, nutricionistas...
Tengo ganas de bajar, de hablar con la gente, de dejar de sentirme una turista.



El grupo se divide en subgrupos, yo voy con Ramón, Lali, Sergio, Silvia e Irene. Nos dejamos guiar por Jose Tomás, el hijo más pequeño de la Señora Delfina, una heroína cargada de historia que es muy respetada en esta comunidad. Rodeamos el camino que esta detras del hotelito y nos diriguimos a la parcela de tierra que pertenece a Tomás. Esta comunidad tiene un espacio de tierra de igual tamaño repartido entre sus miembros, para que ellos puedan cultivarlo y, obtener un beneficio, ya sea económico o alimentario, que permita la subsistencia de todas las familias que en ellas habitan. Durante el camino Tomás no deja de contarnos historias sobre el bosque, sobre las plantas y animales que en él se encuentras, incluso se atreve a deleitarnos con una vieja leyenda que aún hoy sigue atemorizando a los niños del pueblo. La parcela de tierra esta cercada, pero tiene una puerta y las cercas son debiles y bajitas, por lo que esta al alcance de cualquier persona, pero nadie las daña, ni las roba. observamos los cafetales, los plataneros. Nos enseñan como se siembra y como se cura la tierra, además de contarnos detalles de su quehacer diario. Tomás no solo trabaja en su parcela. Los sábados marcha a la ciudad para estudiar y terminar su carrera de ciencias medioambientales.

Después de este bello paseo, tomás nos lleva a conocer a su madre. Me da un poco de miedo escribir sobre ella, porque cualquier palabra se haría necia e insignificante en la definición. Delfina es una mujer timida, a pesar de ser una gran luchadora. Quedo viuda a los 39 años con 10 hijos, ayudo a las guerrillas sandinistas en la revolución, ofreciendo su casa para que se alojaran allí, y sus manos para lavar la ropa y cocinar. su casa es grande, esta hecha de ladrillos grises, ocres, y marrón, tiene un pequeño fuego en la cocina, que no parece una cocina. Esta es la primera casa que existió en la comunidad, tiene tres habitaciones con bastante espacio y pocos muebles, y ningún lujo. El salón también es espacioso, en él simplemente cinco silletas, una mesa redonda de madera sobre la que descansa un pequeño televisor que como ella misma nos confiesa le encanta mirar, un espejo, una maca. En la entrada de esta historica casa se alzan dos hermosos árboles llamados Matasanos, a modo de escoltas, me hace reír. Pero lo importante no es esto, podría en tretenerme en un sin fin de adjetivos, que al final se quedarían cortos, lo importante son los ojos de esa mujer, su manos, que curtidas por el recorrer del tiempo amasan los trapos en la pila rociados por el jabón, también fabricado a mano.
Nos invita a su casa, me vuelvo a quedar sin palabras, se evaporan dentro del estomágo, como el agua de un rio que desaparece con el bochorno después de una tormenta, melodía de palabras entre las paredes ennegrecidas, humo desde la cocina, y melancolía en los rincones que penetra nuestros zapatos, se humeden, por dentro, a lo lejos, como algo cercano que se aleja despacio e inevitable, los silencios en medio me recomen, también en el fondo, todo se me queda en el fondo.

Una reunión de grupo al regreso, todos sentados en circulo, han cambiado demasiado las expresiones de los ojos, se ha encurbado la piel y entre las pestañas, humedad de ahogo, ¿Qué habeís sentido?, se nos pregunta. Mis padres me han invitado a estudiar para convertirme en una persona más rica y exitosa, y los padres nicaraguenses aunque hacen la misma recomendación a sus hijos, su fin es diferente, lo que ellos quieren es que sus hijos estudien para convertirse en buenas personas, respondo..y solo lágrimas recuerdo después.






La tarde es distinta, el hotelito se nos ha llenado de niños, jugamos con ellos, son listos y me sorprende su interes por aprenderlo todo, preguntas y más preguntas de las que no estoy segura tengan una única respuesta, aprendo sus canciones, me recuerdan a las que me cantaba mi abuela, investigo sus ojos, intento llegar más alla de su ropa hecha arapos y sus zapatos rotos, más alla de lo que se hace evidente a los sentidos, y es una búsqueda y un encuentro doloroso, como un corte en la piel mal acostumbrada, como la sangre cayendo contra el suelo, que aquí no es suelo, sino tierra...rien y me hacen sentirme niña de nuevo mientrás el diabolo revolotea en el cielo azul, más azul, más abierto, más ancho...subimos al mirador, hay muchos bichos pero no nos importa, al lado esta el campo de baseball, único lugar de ocio para los niños y jovenes de la comunidad, solo hay hombres, las mujeres no suben a este lugar, nos miran extrañados...nos revolcamos por el cesped lleno de garrapatas, pero no nos importa, los niños sonrien cuando una cámara no les enfoca, porque al sentir el objetivo su rostro se entristece, disfruto de ellos, mucho más de lo que ellos lo hacen con nosotros, cae la tarde, llega la noche cerrada y oscura, tristeza de nuevo, y el camino de vuelta me pesa en la mochila. Me siento miserable por no haberme comido el gallo pinto de estos días, es un desprecio, como todos los desprecios que aborrezco, una más de las que desprecio...


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